Muy seguido me pasa que, después de hacer una entrevista, muchas mujeres me escriben para decirme que recién ahí se dieron cuenta de todo lo que hicieron en su vida laboral. Una incluso se puso a llorar. No porque se acordó de un jefe tóxico, sino porque se vio entera, en perspectiva. Y no es poca cosa.
Lo que pasó con Candelaria fue distinto. Dos días después de charlar por zoom, me mandó un mensaje que todavía me hace ruido (del bueno):
“Yo nací para ser papá, no mamá.”
Porque desde que fui mamá me choque con la pared de las injusticias. Me di cuenta que no estaba sola, hice nuevas amigas, que también eran madres y me di cuenta que había una historia que se repetía: su carrera laboral no volvía a ser la misma desde que eran madres. Algunas la dejaban por completo, otras trabajaban menos horas, otras se cambiaban de rubro para conciliar, pero sus maridos no modificaron nada.
¿Qué me preocupaba?
Que todas esas decisiones las tomaban con naturalidad, como si fuese un resultado obvio. Pero a mi eso no me cerraba. Sabía que tenía que haber algo más que explique “esta casualidad”.
Así que empecé a leer mucho sobre el tema de maternidad y trayectoria profesional.
Eran tales las ganas de entender que empecé a entrevistar mujeres para conocer sus historias. Todo este conocimiento no podía guardamelo para mí, así que empecé a escribir y publicar estas historias basadas en datos.
Esta es la historia de Candelaria. Aviso que este newsletter es largo, así que prepárense un té, un café, cerveza o vinito y adentrense en la historia por capítulos de esta semana…
Capítulo 1: La pasantía autoimpuesta (y otras formas de demostrar que sos más que capaz).
Cande es abogada, y también nieta del fundador de una de las distribuidoras de alimentos más grandes de Argentina. Arrancó a trabajar en la empresa familiar mientras estudiaba, en la parte administrativa. Iba medio a regañadientes, pero en su casa el mensaje era claro: "acá no se está sin trabajar." Después pasó por un estudio jurídico, pero al tiempo su papá la llamó para que abriera el departamento legal de la empresa. Y ahí fue.
Pasaron los años, el equipo creció -llegó a tener cinco personas a cargo, algo poco común para una pyme- y nuestra protagonista se empezó a imaginar en un nuevo lugar: quería ser Gerenta General. Pero para eso necesitaba experiencia. Y así que se auto-inventó una pasantía, fue los sábados y domingos (sin cobrar) a conocer todas las sucursales, y hasta fue cajera.
Esa pasantía inicialmente inventada se institucionalizó, y resultó parte de un plan de carrera que hoy en día se sigue haciendo.
Y en la carrera por ser Gerenta General se postuló para un puesto en otra área, Compras. Lo consiguió. Pero también lo sufrió.
Spoiler: la pasó muuuuy mal. No vamos a entrar en detalles, pero digamos que a este capítulo lo hubiéramos llamado “El desencanto”.
Y justo ahí, cuando ya llevaba cuatro años de casada y estaba intentando quedar embarazada, se empezó a preguntar…¿cómo hago para compatibilizar la maternidad con el trabajo? ¿Dónde meto un hijo en toda esta dinámica?
Capítulo 2: La vuelta frustrada y amargada.
Nació su primera hija. Pasaron los 3 meses de licencia paga y estaba dispuesta a volver, pero hubo un problema: estaba embarazada de nuevo. Angustiada, fue a hablar con su papá para ver si podía volver de alguna manera, pero recibió un brutal “vos te la buscaste”. Y acá señoras y señores apareció otra vez el fantasma de la culpabilización individual. ¿Por qué las empresas no pueden acostumbrarse, o ayudarnos, a compatibilizar?
Más allá de esa frase devastadora, su papá le ofreció volver en la parte de tesorería de 10 a 3 de la tarde, en un cargo que era un par de pisos más abajo del que había dejado.
Y ahí nuestra protagonista sacó sus habilidades de abogada y enseguida le rebatió con un “papá, yo no perdí mi cerebro, solo tengo menos tiempo”.
Y en esa angustia, renunció a la empresa familiar… “ me sentí como si no valiera nada, como si todo lo que hubiera hecho, todo lo que había hecho no valía nada.” me dijo Cande con mucha tristeza.
Ella me cuenta que durante la licencia empezó a sentir “yo sin un trabajo no era nada. Empecé a preguntarme, o sea, todo lo que yo me había propuesto lograr y ser era profesional, y el reconocimiento lo había puesto mucho en la mirada del otro, cuando yo decía yo soy abogada, y soy gerente.”
Capítulo 3: Del living al Directorio (y otras formas de no volver del todo).
La historia sigue, pero ahora fuera de la PYME familiar, Y cómo pasó con otras entrevistadas, Cande también sacó a relucir sus dotes de emprendedora y se armó su estudio en casa, tuvo algunos clientes pero no duró mucho.
Y en esas ganas de volver, se le ocurrió proponerle a la empresa familiar tener un abono y hacerse cargo de todo lo relacionado con legales. Conocía perfectamente cada vericueto de la empresa, resolvía muy rápido y además era barata.
Le fue tan bien que su papá la invitó a ser parte del Directorio de la firma, era la primera persona de su generación en participar de las reuniones de directorio: 3 veces por semana le tocaba ir a la distribuidora.
Candelaria estuvo cuatro años en el Directorio de la empresa familiar. Cuatro años aguantando reuniones eternas, balances, silencios incómodos… y a algunos tíos dignos de una novela. Pero no de las románticas: más bien de esas de terror del siglo XIX, con castillos oscuros, jerarquías eternas y una fuerte presencia de “lo que debe ser”.
“Uno de esos tíos, para más datos, había sido mi jefe. También presidente. También evangelizador del machismo de oficina. Me explicaba, muy serio, muy convencido, con tono de “yo te voy a mostrar cómo funciona el mundo”, o básicamente, el por qué las mujeres debíamos cobrar menos.” Éramos “el segundo ingreso del hogar” según este señor. No importaba si éramos gerentas, CEOs o trapecistas en el circo de la vida laboral, lo nuestro era siempre “el ingreso de apoyo”, decía. Como si trabajar mientras crías fuera un hobby tipo cerámica o bordado.
Capítulo 4: El deseo de ser mamá vs. el deseo de no desaparecer
Cande, después de esos años en el Directorio, renunció. Cuando la entrevistamos, estaba pensando si volver a la empresa familiar. Y entre las dudas de mi entrevistada se me apareció la voz de la periodista española Diana Oliver: “El deseo de ser madre compite con otros deseos.” (1)
¿Pero por qué tiene que competir? ¿No pueden convivir el deseo de ser madre con el de ser gerenta general?
No tengo una sola respuesta. Pero sí muchas preguntas, y este espacio para pensar juntas (y juntos también, eh). Porque lo que está en juego no es solo si volvés al trabajo o no después de tener hijos, sino qué pasa con tus otros deseos cuando aparece la maternidad. ¿Se guardan en una cajita para después? ¿Se diluyen en la mamadera? ¿O se transforman?
Más allá de que Cande podía contratar niñeras y seguir con su plan de carrera, había algo mucho más pesado que una logística compleja: los estereotipos.
Porque aunque pudiera tercerizar el cuidado, no podía tercerizar el mandato. Y ese mandato estaba en todos lados.
Lo decía la OIT en 2019: “Aún persiste el estereotipo cultural según el cual el trabajo doméstico no es solo responsabilidad, sino también la prioridad de las mujeres.” (2)
Y en la vida de Cande ese estereotipo no era teoría, era conversación de sobremesa: Su tío, le explicaba que las mujeres éramos “el segundo ingreso del hogar”. Su papá le ofrecía reincorporarse a la empresa con un cargo cinco categorías menor al que había dejado. Y su marido le tiraba preguntas retóricas que te dejan sin aire: “¿Vas a volver a trabajar todo el día? ¿Con quién vamos a dejar a los chicos?”
Está clarísimo: el guión de género le tenía asignado un rol, y no era el de gerenta general.
Como dicen los estudios: “Los estereotipos de género incluyen representaciones generalizadas y socialmente valorizadas sobre lo que las mujeres y los hombres deben hacer o deben ser.” (Barberá, Vieira, citados por Jato Seijas). (3)
En otras palabras: ellos trabajan, nosotras cuidamos.
Y si no lo hacés, te lo van a recordar -con amor, con culpa, o con una oferta laboral degradada- pero te lo van a recordar.
Cande no tenía que cuidar porque no tenía otra opción. Tenía que cuidar porque, supuestamente, eso no lo podían (ni debían) hacer los varones.
Capítulo 5: Cuidar es ser inferior.
Pensaba: ¿con qué dato puedo asociar la historia de Candelaria? Listo, ya lo encontré. Algo sobre la baja (bajísima) cantidad de mujeres en puestos jerárquicos en las PYMEs argentinas. Pero no. Hoy no. Porque Marcela Lagarde no me suelta.
Esta antropóloga mexicana y feminista escribió algo que me dejó pensando y, honestamente, un poco atragantada con la tostada:
“Los hombres contemporáneos no han cambiado lo suficiente como para modificar ni su relación con las mujeres, ni su posicionamiento en los espacios domésticos, laborales e institucionales. No consideran valioso cuidar porque, de acuerdo con el modelo predominante, significa descuidarse: Usar su tiempo en la relación cuerpo a cuerpo, subjetividad a subjetividad con los otros. Dejar sus intereses, usar sus recursos subjetivos y bienes y dinero, en los otros y, no aceptan sobre todo dos cosas: dejar de ser el centro de su vida, ceder ese espacio a los otros y colocarse en posición subordinada frente a los otros. Todo ello porque en la organización social hegemónica cuidar es ser inferior. ” (4)
Porque aunque Cande tuviera recursos, red, niñera y ganas, no alcanzó. Porque cuidar no es solo una cuestión logística: es cultural. Porque aunque no haya un cartel que diga “mamá se queda, papá avanza”, el mensaje está en todos lados. En la oferta de trabajo degradada del padre. En las preguntas del marido. En el silencio del Directorio.
Y sí, cuidar en esta sociedad es “ser menos”.
Menos ascensos, menos tiempo, menos sueldo, menos voz. Cuidar no cotiza en Bolsa. Ni en reuniones. Ni en carreras profesionales. Por eso la frase de Cande me sigue haciendo ruido. Porque no es un delirio ni una exageración. Es una síntesis brillante y tristísima de cómo está repartido el juego:
“Yo nací para ser papá, no mamá.”
Fin.
Pensamiento extra: Si sólo miramos lo que cotiza en bolsa, cuidar es perder el tiempo, cuidar es ser menos. Ahora… si miramos lo que nos impide colapsar como civilización, y lo que nos sostiene, resulta que cuidar es básicamente el activo más valioso. Pero bueno, todavía no cotiza en Wall Street, así que lo seguiremos charlando el próximo capítulo.
Gracias por leer.
Vale Pasmanter
Recursos que usé:
(1) Oliver, D. (2022). Maternidades precarias. Arpa Editores.
(2) Un paso decisivo hacia la igualdad de género: en pos de un mejor futuro del trabajo para todos. Oficina Internacional del Trabajo – Ginebra: OIT, 2019.
(3) Jato , E. (2007). El desarrollo de la carrera profesional de las mujeres: particularidades y obstáculos. Revista portuguesa de pedagogía. 41(3), 151-171. Visto en la Tesis de Rocío Aulicino. Mujeres y dirección: trayectorias en PYMES familiares. UNICEN, 2022.
(4) Lagarde, M. (2003). Mujeres cuidadoras: entre la obligación y la satisfacción. En Congreso Internacional SARE, Cuidar cuesta: costes y beneficios del cuidado (p. 155‑161). Emakunde / Instituto Vasco de la Mujer